Carolina Coronado (Almendralejo, 1820-Lisboa, 1911) |
EL MARIDO VERDUGO
¿Teméis de esa que puebla montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?...
¡Más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
No allá a las lides de su patria fueron
a exhalar de su ardor la inmensa llama;
nunca enemiga lanza acometieron,
que otra es la lid que su valor inflama.
Nunca el verdugo de inocente esposa
¡ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! Del tierno corazón llagado
más sangre, más dolor la herida brota,
que el delicado seno macerado,
y que la vena de sus sienes rota!...
Así hermosura y juventud al lado
pierde de su verdugo; así envejece:
así lirio suave y delicado
junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,
cual bajo el agua del arroyo y el cieno,
torpes vivientes al amor uncidos